martes, 22 de enero de 2008

4 formas de despedida y una queja.

Encontré tu cadáver, al fin.


Encontré tu cadáver, estaba destrozado en el suelo a un costado de mi cama. Me había cansado de buscarte, y claro, apareciste cuando ya te había olvidado. Pensé en ti durante algunos días después del hallazgo. Quería agradecerte por haber aparecido y desaparecido así de mi vida. Fue un círculo perfecto y creo que algo tuve que ver con eso. Creo que sí puedo ser parte de este monstruo redondo en el que vivimos después de todo.

Encontré el problema. Estaba ahí flotando en el aire con toda su tontera y toda su estupidez motora. Te odié desde el momento en que entraste a la habitación. Causaste mi repulsión instantánea.


Encontré tu cadáver. Cuando desapareciste no pude dormir, sabía que estabas en alguna parte, en algún rincón debías estar quieta, esperando la calma. Pero ahora creo que estabas agonizando. No sé qué podría decirte. No estoy feliz de que estés muerta, pero sí aliviada de haberte encontrado. Es mucho peor la incertidumbre, dicen todos. Pues vaya que tienen razón. Estabas en un rincón de la pieza, en la orilla de la cama. La estela dorada a tu alrededor quedó impregnada un tiempo en las baldosas celestes. Quedaste destrozada en varias partes, una grande y pequeñas islas a tu alrededor. Pequeñas islas de ti misma, doradas islas de muerte.


Es necesario decir que este supuesto paraíso no es ningún trópico, es un ártico maldito que se empeña en hacerme desaparecer de las memorias de mis enemigos. Es tan triste cuando te olvidan hasta tus propios odios, no hay más batallas. No tengo nada de nada. Tan solo el macetero vacío lleno de polillas muertas, que han fundado un parque del recuerdo entre ellas, tan solo para hacerme sentir más miserable. Formando sindicatos a mi espalda, escondidas en mi armario, conspirando secretos planes, mientras danzan su trance de adoración a general electric.
Ahora la vida es una silueta marginada, que se pega tras las sábanas mojadas que lavo y cuelgo en mi patio de vez en cuando, cuando las sábanas están ásperas y hasta mi agrio corazón es más suave que el algodón estampado. En esos días de colgar ropas, siento que cuelgo algo más al viento que me deja blanco de todo cuervo, de todo cuervo.