domingo, 14 de octubre de 2007

A que tú no sabes...

Mira, yo a veces me invento esos recuerdos de pacotilla porque se me hace que voy a funcionar mejor, pero la verdad es que me dejan con un resabio amargo en la boca. Y siempre caigo en el jueguito de la ensoñación sobre tiempos pasados -falsos- mejores. Y la cosa es que al final termino despreciando mi humilde infancia solitaria (que te apuesto que es tantísimo mejor que varias de las que yo he oído hablar). No es que quiera jactarme -una jactancia media enfermiza encuentro yo, por eso no la quiero- de haber sido una pobrecita niña, porque mientras fui niña, fíjate que lo pasaba bastante mejor que cuando crecí y pude tener acceso a todas esas experiencias de gente mayor. Por eso terminé metida acá. Buscando lo que había perdido hace años ya, cuando era tan niña que un día era eterno y una tarde era terriblemente larga que la leche (el vaso o en mi caso, jarro de leche con chocolate, té o café y el pan con algo que me daban de once) era la separación elemental. Después de eso había que aprovechar al máximo los últimos momentos de juego porque se venía la cepillada de dientes y la cama y en mi caso, las tareas. Era el momento de reflexión por excelencia: Quedó bonita esa torta de barro, cómo podemos mejorar la casita armada de palos y frazadas, de qué se me puede enfermar la guagua ahora... las hortensias podrían ser coliflores y los pétalos de rosas, rodajas de tomate para la comida de a mentiritas.

Y realmente éramos brillantes.

Y de vez en cuando veía las nubes pasar recostada sobre el techo y el misterio de todas las cosas secretas que ocurrían a mi alrededor me parecía un chiste, pues yo sentía saberlo todo y nada me parecía demasiado extraño como para no creer en su existencia.
La familia se desmoronaba una y otra vez y los días venían una y otra vez, entonces nada me parecía particularmente terrible.
Ahora los días prácticamente ni aterrizan cerca mío y todo me parece terrible. La noche se ha estacionado de forma permanente allá afuera. Los recuerdos de pacotilla se han convertido en una adicción y me he olvidado de todos los momentos reales y en lo que realmente me iba a convertir antes de llegar a ser esto que soy ahora. Así que no te recomiendo que sigas fantaseando con aquello que nunca tuviste porque seguramente ni lo necesitabas.